Mi hermano Manuel, seis años mayor que yo, era mi compañero de pelas y juegos, marinero en la alberca, teniente en la tierra, éramos inseparables... O eso recuerdo yo, pues las cosas cambiaron en el año que yo cumplí 5 y él 11. Dejó de ser dinámico y carismático justo en un viaje que hicimos a Manzanillo, me parece. En lugar de jugar conmigo guerras de agua, se pasaba las tardes en el bar del hotel tomando rusas de Coca-Cola, triste, distinto.
Mis padres comenzaron a alarmarse cuando se dieron cuenta de ello, pues su sed insaciable era totalmente anormal. Asustados, decidieron llevarlo al médico, sospechaban que podía tener diabetes: dicho y hecho, diabetes infantil le detectaron. Tanto mi papá como mi mamá se volcaron en él, era obvio, pero a mí me hacían mucha falta.
Pasados los meses, Rafa, mi otro hermano 12 años mayor, se dio cuenta de que yo estaba a la deriva mendigando cariño, pero entendiendo también que no podía obtenerlo; se acercó a mí y me llenó de vida nuevamente, fue mi padre, mi madre y ambos hermanos, el ancla que mantuvo mi niñez a flote hasta que tuvo que tomar su rumbo: Decidió irse a Kansas con su novia para estudiar la maestría. No ha vuelto desde entonces, yo tenía once, él 23 (creo)... A veces pienso que mi momento más triste, fue cuando lo vi desaparecer en el aeropuerto junto con su vida entera metida en una maleta.
*Este post es dedicado a Manuel y Rafa, mis dos héroes.
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Adriana tus posts son tan grandes(en belleza, no en tamaño), que no pueden ser posteados completos.
ReplyDeleteSin duda alguna, un post conmovedor
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