Cuando Frank me platicó acerca del tema que tocaríamos esta semana, la cabeza se me puso a trabajar inmediatamente, '¿qué voy a escribir, si a mí me pasa al revés, siendo y viviendo en Guadalajara, pero queriendo habitar el Distrito Federal?', supuse que mi mejor opción era hablar de ello pero a la inversa, y no, desistí. Pensé luego en tocar el tema de mi infancia y de cómo odiaba ir a la huerta que mi papá tenía, sólo que también era la situación invertida, y pues no... Pero ahorita, que abrí mi computadora, recordé algo que va más o menos así:
Ella era pobre, no tanto como los demás, pero pobre al fin. Su familia era feliz, trabajaban y vivían con humildad, hasta que su padre murió. Las cosas en casa comenzaron a ponerse feas, y su madre cambió de actitud repentinamente, como si el hecho de enviudecer hubiese significado cambiar radicalmente la máscara y el vestuario que había llevado toda su vida: Consiguió a otro hombre, y con su llegada, se aproximó la despedida de Malintzin, nuestra protagonista.
Su madre, al juntarse de nuevo, decidió vender a Malintzin como esclava y olvidarse completamente de su existencia. A sus siete años no sabía mucho de la vida, pero sí lo suficiente como para sentir que aquello no era lo correcto. Vivió mucho tiempo en 'su nuevo hogar' de distinta lengua, sumisa y modesta, invisible. Hasta que llegaron los supuestos Dioses... El imperio no hablaba de otra cosa, los presagios indicaban que Quetzalcóatl estaba próximo a volver, Moctezuma creía fervientemente en ello, quería que su pueblo hiciese lo mismo, pero todos desconfiaban.
Cuando se dieron cuenta de que quizá los Dioses no eran tal, el patrón de Malintzin decidió vendérsela. Los blancos la tomaron como una posesión no muy valiosa, pues todas las mujeres que llegaban a ellos, eran tratadas de la misma manera, hasta que se dieron cuenta: la esclava dominaba a la perfección tanto el maya como el náhuatl, tal suerte de viajera involuntaria la llevó a ser más que una simple 'puta sin alma', ella entonces se convirtió en Marina, la mujer que Hernán Cortés deseaba secretamente, pero que por estrategia no podía tener.
Malintzin, a pesar de haber corrido con un poco de fortuna, añoraba con lágrimas en los ojos todo aquello que perdió con la muerte de su padre, y lo siguió haciendo incluso cuando su seno había sido dueño y testigo de la manera en que nuestro país se hizo mestizo.
No es un texto muy bien documentado, hace bastante tiempo que no leo nada al respecto de La Malinche, pero me parece que si algún hermano mexicano alguna vez se siente atrapado en una ciudad, cuando verdaderamente pertenece al campo, deberá identificarse con ella, pues fue la primera de los nuestros en estar atrapada en una ciudad que ni siquiera había sido suya, pues el yugo Azteca la había oprimido: eran las ruinas de la ciudad a la que le debía respeto, pero con aquella transformación, sólo le despertaba un imponente miedo.
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