Recuerdo el caos de la Navidad de 2002. Creo que ha sido la única vez que no hubo Cena de Navidad en mi casa. Mi abuela materna estaba muy enferma del estomago y sus pies se estaban hinchando de sobremanera, entró al hospital, mis papás pasaron ahí la noche del 24 de Diciembre con ella y la comida que habían preparado se pospuso hasta el 25 al puro estilo americano.
Mi mamá pasó heroicamente todos y cada uno de los días que mi abuela estuvo en el hospital, tomando descansos solamente para ir a la casa a dormir. Después de unos días le hicieron una diálisis. Para ese entonces yo estaba muy contento porque pensaba que esa sería la solución de todos los problemas de mi abuelita. Pero no.
El diagnostico era muy claro, los riñones simplemente habían dejado de trabajar. Por mi mente pasaron varias ideas, temí por mi madre e incluso llegue a pensar en donar un órgano, pero ella, al ser una persona de edad avanzada, no era candidata para un trasplante. La otra opción era la más viable y era hacer una diálisis diaria por las noches.
Cuando yo me entere de eso y al saber lo que las diálisis le hacen a las personas, me cayo un balde de agua fría enorme, mi único pensamiento era que le habían dado una sentencia de muerte a mi abuela. Así era y por algunos meses no pude verlo de otra forma. Mi mamá se trazó una meta y por mucho tiempo lucho con el padecimiento y se aferro fuertemente a su madre.
Ya que habían diagnosticado a mi abuela y podíamos ir a visitarla, recuerdo claramente la sala de espera del hospital, nos preguntaron quien queríamos que fuera primero a verla, yo mande a mi hermano, porque sentía que me faltarían las fuerzas. Y tenía razón, la vida en esa ocasión me salvo de aquel enfrentamiento, como lo ha hecho de muchos otros. Mi hermano bajó y me dijo que no subiera, que mi abuelita se había quedado dormida. Ahí me quede, parado en la sala de espera completamente impotente. Un año y diez meses después estaba en su funeral.
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