Sí y mucho. Lo que no me enseñó a hacer mi mamá, es armar escenitas ni panchos en público, tampoco soy buena conjugando el verbo reclamar. O ya ni sé… Meh.
Tengo bien clara la primera vez que sentí celos. Mi primer novio formal y con el que duré varios años hablaba siempre de Hugo, uno de sus mejores amigos. No había día ni conversación donde no lo mencionara. El tipo en cuestión era sencillamente único en su especie, o por lo menos así sonaba en propia voz de mi entonces novio. Algo así como una monedita de oro con piernas y brazos.
El tiempo pasaba y los increíbles comentarios sobre él seguían; a mí ya hasta me caía mal. Mi ego y yo no podíamos creer que MI NOVIO hablara tantas y tantas maravillas de alguien que no fuese yo. Já.
Y el inevitable día en que, entre otras cosas lindas, habría de conocer –por fin- al chico detrás de tan geniales descripciones y anécdotas mágicas, llegó. Me negué un poco, y pospuse hasta donde pude la tan esperada presentación.
Recuerdo perfectamente bien ese día. Era una lluviosa tarde de diciembre y hacía calor. Estaba en casa de mi novio viendo la tele mientras esperábamos a que su súper amigo llegara. Lo había planeado todo. Tenía preparada mi mejor y más hipócrita sonrisa para después analizarlo poco a poco y encontrarle los trescientos cincuenta y seis defectos que de seguro tenía bien guardaditos. Y entonces, tocó. Mientras bajaba las escaleras seguía pensando en la manera en cómo debía actuar y de qué podríamos hablar.
Me sorprendió desde que abrí la puerta. Una inmensa sonrisa y un largo y cálido abrazo le sirvieron para desarmarme. –No saben cuánto amo los abrazos-.
Fue así como toda una vida de complicidad comenzó… Y esa es –también-, la manera en cómo yo conocí a Hugo, mi mejor amigo, mi hermano del mal.
:D
No comments:
Post a Comment